Habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse unos a otros, Jesús se dirigió primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde las azoteas. Os digo a vosotros, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostraré a quién debéis temer: temed a aquel que, después de matar, tiene poder de arrojar al infierno; sí, os repito: temed a ese. ¿No se venden cinco pajarillos por dos céntimos? Pues bien, ni uno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis; valéis más que muchos pajarillos».
Asumir que no habrá melodía perfecta
ni vínculo que todo lo llene
ni sentimientos puros
ni abrazo eterno.
Sino que todo es
más frágil,
más complejo,
no tan lineal
ni ordenado…
más humano.
Porque la carencia
es parte
y la plenitud un ideal.
Y así va la vida,
siempre por descubrir
nuevos matices,
finas disonancias,
un juego delicado
de luz y sombra.
Apasionante es
que no vamos caminando,
somos camino.
Siempre por descubrir
movimiento y dinamismo,
perfecto en lo impredecible,
cautivante en sus búsquedas,
atrapante en su improvisación.
Y toda melodía,
vínculo
y abrazo,
serán así caminos
por recibir y abrazar.
(Matu Hardoy)